




Principal > Fantasmas > La Diosa
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"Amanda es el arma para solucionar todos sus problemas. La incógnita es dónde está y qué se puede hacer para que reaccione y ayude a nuestros protagonistas".
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Al igual que con el resto de fantasmas, hablar de Amanda es remontarse varios siglos atrás. Se trata de una deidad que controla la luz y la pureza. Sus armas se basan en ese poder bondadoso que ayuda a quienes más lo necesitan. Un poder que se contrapone a cualquier adjetivo o intención oscura y caótica. Es todo corazón y recibir un simple contacto de su poder alegra el alma y el corazón de los más necesitados y desamparados.
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Su descubrimiento no fue algo casual. Su veneración e importancia no llegaron de la noche a la mañana sin motivo. Todo surgió a causa de una fuerza maligna que emergió de las profundidades del universo. Su procedencia es desconocida, pero eso no fue impedimento para que ella también saliera a la luz para contrarrestarle y hacerle frente. Su forma no era corpórea, en verdad era solo materia, fruto del convencimiento y la fe de sus creyentes. Su voz no era audible y su poder no podía ser revelado a cualquiera, tan solo a aquellos que fueran capaces de ver más allá de lo racional, más allá de lo científico y más allá de sus propios ojos. La gente que la necesitara debía ver con el alma.

Numerosos reportes afirman que Amanda y Baltasar tienen procedencia africana.
Una de las muchas teorías que rodean a este misterioso personaje es su procedencia. Se cree que tiene origen en África, pues se dice que ayudaba a las personas sacrificadas en los rituales de los chamanes realizados a los dioses del agua para que lloviera o para que hiciera un clima apropiado para cazar, o que pasaran a mejor vida. Ella no podía evitar aquellas prácticas. Su misión no era cambiar al ser humano, al que consideraba una raza despiadada y egoísta capaz de pasar por encima de quien hiciera falta por conseguir sus propósitos. Aún así, lo que sí podía
hacer era ayudar a que sus almas no fueran castigadas, a que pasaran una eternidad cálida y agradable, alejada lo más posible del sufrimiento.
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No obstante, su llegada vino por la aparición de Baltasar en el mundo, ¿O era al revés? ¿Acaso podían convivir el uno si el otro? ¿No se supone que debían estar ambos o ninguno para que el equilibrio del planeta se mantuviera? Sea como fuere, su estancia en el planeta Tierra tenía fecha de caducidad y concluiría una vez acabara con Baltasar. Allá donde hubiera
una catástrofe, una masacre o cualquier alteración en la sociedad, Amanda iba e inspeccionaba el terreno, segura de que por ahí había pisado su rival aférrimo y consciente de que su lugar en esos momentos se encontraban junto a las víctimas.
Muchas personas la han visto en su lecho de muerte. A los que salvó, afirmaron que una mujer alta, de cabello blanco y largo vestido níveo les había arropado en un cálido y reconfortante beso. Sus heridas se cerraron casi al momento y el dolor menguó de forma inexplicable. Era como si les hubieran tocado con una varita mágica y, de no ser porque los recuerdos de la tragedia no se habían borrado, podían hacer como si nunca les hubiera pasado nada.

La habilidad sanadora de Amanda ayudaba a los más afectados a curarse todas las heridas de forma milagrosa, sin marcas ni cicatrices de ningún tipo.
Durante siglos esa fue su tarea en el mundo. Salvarles de una muerte asegurada, paliar sus heridas y calmar su dolor. Ser la energía que necesitan y esa fuerza que requieren para seguir adelante. Era una salvadora, una guardian, una protectora.
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La Gran Guerra
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Tras largos siglos de búsqueda y de incesantes esfuerzos por detener a Baltasar, sintió que sus fuerzas empezaban a mermarse. Se sentía cansada de ver que ese ciclo no tenía fin. Pero el problema no era que no fuera capaz de terminar con aquello, sino que ambos bandos se iban fortaleciendo poco a poco haciendo la pelea más reñida y difícil en cada asalto. Ella había reunido un total de 60 acólitos, personas de corazón puro que se habían entregado a la causa y la ayudaban a solucionar aquellos conflictos generados por el mal a los que ella la era imposible acceder por el inmenso número que eran. Eso la reconfortaba, pero tampoco la relajaba totalmente, pues sabía que pronto se desataría la Gran Guerra y debía actuar rápido, debía conseguir un gran número de aliados y recabar suficiente poder y energía para no flaquear cuando su enemigo hiciera acto de presencia.
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Para ser más fuerte y poderosa que nunca decidió edificar un precioso castillo. Sería una fortaleza blanca, llena de paz y esperanza de donde cada uno de sus servidores y ella misma podrían absorber poder y fortalecerse poco a poco si se sentían flaquear. El palacio donde empezó a residir estaba conformado por un trono blanco, fruto de su inagotable poder. Solo debía permanecer sentada en él y sería imparable, temida por sus enemigos y honrada con esa paz en el mundo que tanto anhelaba y esperaba conseguir. Era consciente de que no había muchas más opciones para derrotar a Baltasar y dar paz y luz a todo el planeta.
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Podía transformarse en cualquier cosa que deseara y que infundiera paz, pero aquellos hombres agradecidos la habían convertido en una mujer blanca con vestido blanco. Para la sociedad era así, por lo que no perdería tiempo pensando en la forma que debía adoptar. Aquella era su forma e iba a perdurarla para siempre como la mujer que derrotó a la oscuridad. La Gran Guerra se avecinó y Amanda tuvo un final inesperado. Un final que la condenaría a lo largo de los años a un pozo que ni ella misma se hubiera imaginado por muchas desgracias que había presenciado. No había nada como aquello y nunca lo habría. Era verdad lo de "Sin luz no hay oscuridad" Era verdad... ¿Pero a qué precio?